Diálogo verdadero y confianza / Visión Global

Aguascalientes, Febrero 01 (2022).- La democracia demanda un diálogo verdadero, ello involucra interlocutores que sean verdaderos; vivimos un tiempo mexicano que desde el poder se hace al pueblo interlocutor aleatorio. La posverdad impone que el que habla tiene la razón y los “Otros” decreta sean escuchas y obedientes. En el diálogo verdadero, el pueblo, ese concepto arrogante y abstracto, debe constituirse como interlocutor válido. Las voces tienen la misma jerarquía, se significan en la medida de sus razonamientos, argumentos, valores, virtudes…, en el diálogo democrático verdadero las voces se someten a reglas de juego, el mando superior jerárquico no elimina, ni remplaza, mucho menos minusválida a los inferiores, por el contrario, les otorga una significación sustantiva en la construcción colectiva de soluciones, consensos, diálogo civilizado…

            Para opinar, debatir, conversar…, es preciso pensar, pensar intenta valores superiores, estar en el interés de lo que preocupa, es decir, pensar los problemas antes de las soluciones.

Un perfil efectivo de pensar es la humildad, la mejor cara de la vanidad, en este mérito el “Otro” está siempre en consideración. La democracia demanda pensar para integrar en el diálogo democrático al pueblo en su saber simbólico y su derivación de interactuaciones sociales de orden significativo, es decir, un diálogo verdadero para una vida compartida verdadera que al acatar las reglas del juego distinga a la totalidad de los interlocutores válidos que en su momento actúen. La cultura es un elemento irreemplazable para que el dialogo obtenga consecuentes en la creación cultural como medio para que la inteligencia desarrolle modelos de interactuación democráticos.

            La cultura posibilita que el poder no se desarrolle desde un pódium imperativo que ordena, cuestiona, regaña y pontifica, basurea y condena, sin derechos de audiencia ni réplica. El diálogo verdadero ubica al “Otro” en el cuerpo del pueblo en su calidad de interlocutor válido en su intersubjetividad; ser parte, significa estar en el mundo con los “Otros”, una transformación material y objetiva del diálogo verdadero como mediador en el controversial conversatorio colectivo. Educar como asignatura siempre pendiente, inacabada, nunca abandonada, no reduccionista a separar el pensamiento conceptual de la vida, no proclive a definiciones frías que clausuran el sentido de las discusiones democráticas que contribuyan al desarrollo de la inteligencia y elaboración-adquisición del lenguaje que el diálogo necesita.

El diálogo verdadero se cancela cuando solo uno de los integrantes del pueblo se apodera de micrófono y bocinas, cuando el “Otro” se convierte (por decreto) en auditorio pasivo al que se demanda obediencia, cuando no se comprende la opinión del “Otro”, por el contrario se potencia las voces conformes con el dueño del micrófono, interlocutor que no aceptan la razón de otras voces, pero las registra en pizarra de enemigos, crean una narrativa de persecuciones, infamias, chacalerías, incoherentes. Argumentos casi literarios de enemigos del pasado negro, inquisidor, mala onda…; el diálogo democrático verdadero no es fácil, ¡claro que no!, es asignatura política, pero de buena política, encuentra canales de expresión para todos los integrantes del pueblo, una actitud colaborativa del pensamiento político democrático. El favor, la dádiva, la limosna de las transformaciones surgen de los discursos de poder, que con ignorancia e ironía opinan sin consideración dialéctica sobre cambio y transformaciones que están más allá de las posiciones políticas; el cambio es consustancial a quienes integran el pueblo que en su convivencia colectiva impacta a la cultura y sus productos. En el mundo de la vida social existen dimensiones, relaciones, interactuaciones…, para que el pensamiento adquirido recapacite desde la alteridad como eje del conversatorio. Un diálogo transformado en monologo muestra una manera de pensar, egocéntrica, ególatra, individualista, hasta autista, con razonamientos confusos, incoherentes, contradictorios, falses, mitómanos… El discurso egocéntrico aparece en escena y cancela la construcción dialógica del colectivo sustentado en valores que afirmen el lenguaje que va más allá de la lógica en defensa de un diálogo verdadero que concrete una vida compartida adecuada a la felicidad.  

Actualmente no se permite la socialización de voces contrarias, solo las del elenco oficial. Las diferencias jamás significan ruptura, muestran adhesión a un proyecto en el que la multiplicidad de voces levanta un edificio democrático empoderado en el que las relaciones son relaciones de correspondencias. Uno de los conceptos más olvidados, incluso sepultados por intereses no populares es la CONFIANZA. La confianza estimula el papel activo de los interlocutores válidos, las resistencias políticas, sobre todo engendra una pedagogía que aporta diálogo activo para el cambio, para lograr las transformaciones necesarias de las circunstancias de cada época, el diálogo democrático contribuye al desarrollo individual y social. Hoy, la sociedad de la comunicación y la información demanda una novedosa interpretación de la confianza como fuerza liberadora de razón, virtud, equilibrio, prudencia, necesitamos una exegesis de la confianza que reposicione a las voces de los interlocutores válidos que integran el pueblo.